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Era el mediodía del miércoles 10 de enero de 1973. En el norte santafesino el verano desplegaba su versión más agobiante: la temperatura superaba los 34 °C, la humedad era de más del 70 % y la presión estaba muy baja. “No se podía respirar”, “Sentías el ahogo, la falta de aire”, recuerdan los testigos de ese día.
Por aquel entonces, San Justo, la localidad “Portón del Norte Santafesino”, tenía poco más de 12 mil habitantes y las costumbres típicas de un pueblo tranquilo: horarios comerciales desdoblados, con el cierre al mediodía para el almuerzo y la siesta obligada antes de volver a la rutina de la tardecita.
Pero ese día iba a ser distinto. El calor, la humedad y una atmósfera inusualmente inestable configuraban el caldo de cultivo de un desastre que nadie imaginó. Por la mañana hubo algunas lluvias aisladas, que lejos de ser consecuencia de un cambio de masa de aire, aportaron más humedad a la ecuación. Los vecinos recuerdan que para el mediodía el ambiente estaba enrarecido y ya se habían formado algunos nubarrones oscuros hacia el norte de la ciudad.
“Sálvense como puedan”
A las 14 horas, la mayoría de los sanjustinos se encontraba en sus casas, terminando de almorzar o iniciando la siesta. “Viene tormenta” se dijeron en el interior de las viviendas, cuando observaron que el cielo se ponía cada vez más violáceo. Y efectivamente, el viento comenzó a soplar. “Me asomé y vi muchos pájaros. Una nube negra de pájaros”, recuerda Miryam Equi. En cuestión de segundos, más y más viento. Y ráfagas violentas. “Miré por la ventana y vi que volaban cosas, parecían papelitos, pero eran chapas, heladeras”, recuerda Esther Grosso.
Empezaron a reventar los vidrios de la casa. Mi papá me manoteó y los 4 integrantes de la familia nos encerramos en un antebaño. Era tanta la presión del viento que entre todos no podíamos tener la puerta. El ruido era infernal. Como si fuera una guerra. Alicia Dodorico tenía 8 años.
Un enorme tornado, que se había formado a pocos kilómetros al norte, a la altura de las vías del Ferrocarril Gral. Belgrano, acababa de ingresar a la zona urbana y ahora abatía la ciudad. “Yo estaba acostada, leyendo y entró mi mamá desesperada, y nos gritó levántense, sálvense como puedan”, recuerda Liliana Sacco de Alemandi, que tenía entonces 17 años. “El ruido era como el chirrido de muchos trenes frenando simultáneamente. Un ruido ensordecedor, enloquecedor”, recuerda.
“Me paré al lado del ropero y una de las puertas salió disparada hacia adelante, como si una mano invisible la hubiera arrancado. No alcancé a pensar nada y se desmoronó todo. Era una mezcla de gritos, de polvo, de cosas que caían”, recuerda Liliana.
Siete minutos le llevó al coloso recorrer unos 1500 metros, avanzando sobre el trazado urbano sanjustino. En un ancho de 300 metros, a cada lado del bulevar de acceso Roque Sáenz Peña, los vientos rotatorios de más de 400 km por hora arrasaron absolutamente todo a su paso.
“Cuando terminó, salimos y no podíamos abrir la puerta de la cocina porque había una camioneta trabando la puerta. Cuando logramos salir al frente de la casa, no había plantas, no estaban los tapiales de los vecinos. Fue devastador no reconocer nada”.
Desaparecieron viviendas enteras, con sus techos, paredes e incluso el piso. Autos, camiones y hasta tractores fueron levantados por el aire y expulsados a cientos de metros, convertidos en chapas retorcidas, sin motor, ni ruedas, ni puertas. Postes y árboles fueron arrancados de raíz. Varias personas fueron succionadas y catapultadas a varias cuadras de distancia, mutiladas y sin ropa.
En esos 420 segundos murieron 63 personas y otras 200 resultaron con heridas graves por los golpes, quebraduras y cortes. Desaparecieron 500 casas y unas 2000 personas quedaron en la indigencia absoluta. Todo fue tierra arrasada.
“Un tornado nunca visto fuera de los Estados Unidos”
El tornado cruzó la ciudad y perdió fuerza unos minutos después. Detrás suyo dejó una lluvia torrencial, como telón de fondo del escenario devastado. Confusión, gritos de auxilio. Búsqueda desesperada de familiares. Las comunicaciones se habían cortado. Sólo un radio aficionado logró informar y pedir auxilio a la ciudad de Santa Fe. Los vecinos se organizaron para trasladar heridos a la capital provincial, al tiempo que el ejército desplegó las tareas de remoción de escombros y rescate.
Al día siguiente, los medios nacionales y del mundo reflejaron la noticia en la tapa de sus diarios. La trascendencia del evento fue tan grande que el mismo Tetsuya Fujita, creador de la escala que clasifica los tornados según su intensidad, viajó al país pocos días después para recorrer San Justo.
Por aquella época, -anterior a la tecnología de satélite y radar-, la única forma de determinar si un viento intenso fue o no un tornado y de qué categoría (si no hay evidencia fotográfica o testigos visuales) era a través del análisis forense de los daños. La traza de hierros retorcidos, plantas arrancadas y casas demolidas aún hoy son indicios para clasificar el fenómeno.
En San Justo, las pericias confirmaron que se trató de un tornado de categoría F5, el nivel más alto de la escala. Fujita lo calificó como "el peor tornado registrado en el mundo fuera de las fronteras de los Estados Unidos". Y todos coinciden en que, de haber sucedido más tarde o más temprano, cuando la gente circulaba por las calles, el número de víctimas podría haber sido muchísimo mayor.
Pocas cosas marcan tanto a un pueblo como una tragedia de esta magnitud. En el centro del bulevar, la ciudad construyó un monumento al tornado, para conservar la memoria de las víctimas de aquel día. Y en efecto, aún hoy, cada vez que hay viento o se ven nubes negras en el cielo, se estremece el recuerdo. Como lo cuenta Ana María Maidana: “Yo sigo con miedo. Cuando viene tormenta y se siente el viento, empiezo a caminar y le prendo velas a los santos, porque se me vienen todas las imágenes de ese día”.
Nota: Los testimonios fueron extraídos de notas periodísticas y del documental Vorágine.
Santa Fe
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