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Cuando el auto iguala la fama de su piloto

Hubo una época en el Turismo Carretera en la que algunos autos fueron tanto o más famosos que sus pilotos, o se los identificaba conjuntamente. Todos los nombres tenían una historia particular, que no siempre guardan relación directa con el auto en sí.

COOLTURA 04 de junio de 2023 CIUDAD24 CIUDAD24
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Por: Oscar Filippi Prensa OHF

El Tractor:

La mayoría de estos surgieron en las décadas doradas del automovilismo argentino, como el caso de “el Tractor” del Eduardo “Tuqui” Casá. Se trataba de una cupé Ford 1940, equipada con un motor V8 modelo 46, con el cual logró su primer triunfo en la Mar y Sierras del 14 de abril de 1963. Posteriormente, alcanzó dos victorias en 1965 –La Pampa y Tres Arroyos– aunque en la segunda ya lo hizo con un motor F-100, con caja de Mustang.

El apodo del auto se debía a que jamás abandonaba por lo cual los hinchas lo vieron indestructible como “un tractor”.

Al año siguiente consiguió cuatro victorias más –San Francisco, Arrecifes, San Nicolás y Pehuajó-que le permitieron alcanzar el subcampeonato detrás de su amigo, Juan Manuel Bordeu-.

En 1967 logró lo que sería la última victoria de una cupecita. El 3 de septiembre de ese año, Eduardo Casá, con la inconfundible, cupé plateada, logró derrotar a los más modernos vehículos en la carrera conocida como el Triángulo del Oeste.

La Negrita:

Otro reconocido auto fue “la Negrita” de Rubén Roux que decidió bautizar a su Chevrolet con el mismo apodo que tenía su esposa. Esta cupé –pintada de negro– fue considerada por entonces como la más linda y mejor presentada de la categoría.

Preparada por los hermanos Bellavigna, aunque la atención se realizaba en el taller familiar de Monte Grande, “la Negrita”, alcanzó dos triunfos. El primero, el 8 de agosto de 1965 en la “Vuelta de Salto”. El segundo y último, y la última victoria, el 13 de noviembre de 1966, en la “Vuelta de Tandil”.

“La Negrita” continuó compitiendo hasta fines de los 60 cuando comenzaron a aparecer los autos más modernos que derivaron en la creación de la categoría Sport Prototipos.

La Galera:

Si de autos icónicos se habla, “la Galera” de los Hermanos Emiliozzi se ubica bien arriba de un podio imaginario. Es, sin dudas, el auto más famoso que haya transitado por caminos de nuestro país. Llamada así por su altura algo exagerada –que siempre mantuvo pese a que el resto de pilotos y preparadores buscaban, recortando techos y disminuyendo el despeje del piso, bajar el centro de gravedad de los autos–, “la Galera” se transformó en una leyenda dentro del Turismo Carretera y del automovilismo argentino.

Ganó fama y respeto a través de muchos años de trabajo y de una performance impresionante en 17 años de actuación sobre todo tipo de superficies: ruta, montaña, barro y hasta nieve de la cordillera en el Gran Premio Dos Océanos.

Este récord habla claramente de la confiabilidad y perfección de la cupecita Ford con motor V8, con válvulas a la cabeza, y luego con un 59 AB de válvulas laterales.

Los Gringos con “la Galera” fueron, en marzo de 1963 en Necochea, los primeros en superar los 200 km/h de promedio (203,526) y alcanzar cuatro títulos consecutivos, de 1962 a 1965.

La Coloradita:

Otro que se ganó un lugar destacado fue “la Coloradita” de Juan Manuel Bordeu. Corría el año 1962 cuando Juan Manuel Fangio le adquirió a Marcos Ciani una cupé Chevrolet modelo 37, que había comenzado a construir en su taller de Venado Tuerto.

El Chueco trasladó el auto al taller de su hermano Rubén, en Balcarce, y allí lo armaron junto a Ernesto Polverino –aunque otra versión indica que el constructor fue el alemán Bruno Dalla Pria–, en la concesionaria que Fangio tenía en Mar del Plata. Su debut de produjo el 3 de marzo de 1963, en la Vuelta de Olavarría, una competencia que también quedó en la historia del TC porque ese día perdió la vida Juan Gálvez.

El debut triunfal de la cupé fue unos meses más tarde: el 4 de agosto en la Vuelta de Junín. Pero el hecho más trascendental se gestó en 1966, cuando “Maneco” logró ponerle fin a la era más exitosa de Ford en toda la historia del TC, cortando 18 años consecutivos de dominio de Ford, al lograr el campeonato en esa temporada.

Así, Chevrolet volvía a lograr el título después de 25 años y de la mano de otro balcarceño, ya que el último campeón había sido el propio Fangio, en 1941.

Como dato anecdótico, en la temporada de 1967, se produjo el desembarco generalizado de los autos compactos que de a poco fueron desplazando a las tradicionales cupecitas, lo que llevó a Bordeu y al “Toto” Fangio a modificar la estructura original de la cupecita, colocándole un parabrisas de Peugeot 404 y remodelando la cola, siguiendo las líneas originales de la Ferrari Dino diseñada por Pininfarina.

El auto retornó a las pistas en pleno dominio de los Torino y solo logró un tercer puesto en Buenos Aires en 1968, detrás de las Liebres de Gastón Perkins y Eduardo Copello.

La Garrafa:

Con la llegada de los prototipos al Turismo Carretera, un auto que superó la intrascendencia fue “la Garrafa” de Andrea Vianini. A fines de la década de 1960, el TC había dejado de lado a las cupecitas y su parque estaba formado por prototipos construidos a partir de autos compactos.

Uno de esos se construyó sobre la base de un Bergantín –producido por un convenio entre Industrias Kaiser Argentina y Alfa Romeo–, al que se le había instalado mecánica Chevrolet. El ingenio popular lo bautizó como la Garrafa, por la principal publicidad de “Agipgas” y su color amarillo similar al de las garrafas de esa marca. El “Bellavigna V-1”, tal su denominación oficial, estaba equipado con una estructura tubular de caños de cromomolibdeno, el mismo material usado en el fuselaje de los aviones.

El auto solo logró dos victorias. La primera, en su debut protagonizado el 16 de julio de 1967, cuando derrotó a los Torino del equipo oficial IKA, dirigido por Oreste Berta. La segunda, el 16 de marzo de 1968, en el autódromo de Alta Gracia.

Junto a otros, este auto permanece en la memoria de los fanáticos, como símbolo de una época en la que los preparadores ponían todo su ingenio aprovechando al máximo las libertades reglamentarias.

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