
Un hombre está parado al lado de un buzón porteño desde hace horas. Cada tanto, aparece alguien con una carta en mano, se la entrega y le paga. Un curioso lo observa, también desde hace rato, hasta que se anima y le pregunta qué hace. Soy el dueño del buzón y recaudo el franqueo que abonan los remitentes, le contesta. Charlan. Y llega una confesión: Necesito vender el buzón, ¿sabe? Para viajar a visitar a un pariente enfermo... ¿Usted no lo quiere? El "dueño del buzón" completa la transacción y esfuma. Lo que queda es el "comprador" tratando de cobrar a quienes se acercan a dejar cartas, inútilmente, claro. Así, con una banda de vivillos atrapando a incautos, nació el "sistema que derivó en la frase 'vender buzones'". El sistema de correos existe, así como el buzón como parte integral, pero como la película 1985...