Espantando chilenos

El espacio aéreo es una porción de la atmósfera terrestre que se encuentra tanto sobre tierra como sobre agua, y está regulado por un estado en particular. Los acuerdos internacionales reconocen la soberanía estatal sobre el espacio aéreo, un país puede y debe asumir la responsabilidad de controlar su espacio aéreo. Que un país vecino invada el espacio aéreo propio de manera ilegal es una afrenta.

DEFENSA19 de diciembre de 2024Valerio MeridioValerio Meridio
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 Bautismo sobre las aguas del Pacífico.

En las palabras del entonces Capitán Justo Piuma, se relata el llamado Bautismo sobre las aguas del Pacífico. En los primeros días de noviembre corrió la versión de que dos F-5 de la Fuerza Aérea de Chile
(FACH), que tenían su asiento en Pudahuel (Santiago), en vuelo nocturno y a gran altura habían sobrevolado
territorio argentino, bloqueado la Capital Federal y regresado a su país. Los oficiales chilenos habían
festejado esta hazaña con botellas de champagne y, con gran orgullo, se habían jactado que a nosotros nos
habían tocado..., nos habían mojado la oreja. En la IV Brigada de Mendoza había muchos oficiales; el Grupo Aéreo
estaba formado por un escuadrón de A-4C Skyhawks, otro de F-86 Sabre, dos de MS-760 Paris y otro más de helicópteros Lama.
Los jóvenes que se estaban adiestrando para la guerra y comentaban indignados cómo nadie había salido a
interceptarlos. Obviamente, era imposible por cuanto carecíamos de radares en la zona. A la semana
siguiente circuló otra versión sobre una escuadrilla de A-37 que, en vuelo diurno, había realizado un ataque
simulado al aeródromo de San Rafael. En mi fuero íntimo me sentía humillado, no podía creer que estos
señores se atrevieran a semejante osadía. Un buen día, a menos de quince para desplegar a San Julián, tuve
una idea mientras desayunaba con mi escuadrilla en el bar del famoso Grupo 1 de Caza. Fuimos a un aula
para la reunión previa al vuelo. El tema a analizar era: navegación alta-baja-alta con ataque a un puente en
Neuquén; el día anterior la habíamos preparado. Allí, reunido con el primer teniente Dellepiane, el capitán
Puga (jefe de sección) y el teniente Eduardo González –alias “Pata de lana”, el más moderno del Escuadrón–
les anuncié que el vuelo iba a ser muy particular, que necesitaba un compromiso de honor, y que asumía toda
la responsabilidad de este pacto de caballeros; en contrapartida, me comprometí a bautizarlos sobre las
aguas del Pacífico.
Salimos en versión Bravo + 50, suficiente para volar más de dos horas. Despegamos rumbo al Sur y
ascendimos a nivel 260, recostados sobre el límite, hasta que avisté el volcán Maipo. Viramos al Oeste y
comenzamos a perder altura. Ordené escalonado táctico a la izquierda, y descendimos siguiendo el perfil de
la cordillera, siempre con rumbo a esa montaña; era un día claro y aún hoy lo recuerdo como un cono
perfecto. Continuamos hacia el Oeste pegado al suelo. Ya en la llanura, divisé a la derecha una ciudad y a mi
izquierda, un aeropuerto y varios aviones en la plataforma, era Temuco. Cambiamos el rumbo hacia el
Sudoeste hasta que, de pronto, apareció el gran Océano Pacífico. Sobre sus aguas viramos rumbo Norte,
paralelos y a una milla de la costa, rozando las olas, durante unos treinta y cinco a cuarenta minutos. Al
principio sólo veía pequeños pueblos. De pronto, a la derecha, apareció un puerto importante y edificios. Sin
haberlo previsto, estábamos bloqueando Valparaíso, luego Viña del Mar y los típicos edificios costeros.
Reconozco que me asustó la inconsciencia. Jugado por jugado, seguimos hacia el Norte hasta que, por unas
playas extensas, asumí que estábamos en La Serena, lateral de San Juan. Entonces pusimos rumbo Este,
entramos al continente y al cruzar la ruta Panamericana, observé una columna de camiones y blindados
dirigiéndose hacia el Sur. Ahí rompí el silencio y ordené: “Ataque a la columna blindada”, obviamente
simulado. En el primer pasaje, observé que las tropas nos saludaban, convencidos de que éramos chilenos.
Alentado, ordené “¡Reempleo!” (En el argot aeronáutico, pasar otra vez). Al terminar, comencé a tomar altura con la escuadrilla escalonada a la izquierda. Sabía que el único radar chileno era el de Pudahuel y, si nos interceptaban, vendrían de la derecha. Cuando ya estábamos formados y próximos al límite se me ocurrió gastar una broma a mi
escuadrilla y grité: “¡Bandidos a las 6!”, que es la posición que exige girar la cabeza al máximo. Ahí, fue
cuando el 4, “Pata de lana”, exclamó, con voz angustiada: “¡Vistos, son dos!”. El desparramo que se armó
fue inimaginable. Cada uno dio motor a pleno tratando de cruzar la frontera lo antes posible. Así, fue que informé a la Torre que la Escuadrilla Grillo efectuaría un aterrizaje individual.
Al día siguiente, la Escuadrilla se reunió en el aula y brindamos con champagne. Recuerdo que les dije
que, si bien este vuelo fue un paseo, también podíamos hacerlo con armamento. Hoy, después de más de
veinticinco años (Este relato es del 2002), es una experiencia que rememoro con un poco de vergüenza profesional, y que la mantuve
callada muchos años, al igual que mis numerales, pero al relatarla, en el fuero íntimo, siento una gran
satisfacción. 

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Jugando a la gallinita

El aviador naval argentino, teniente de corbeta  Miguel Fajre,  pilotea un pequeño helicóptero Alouette SA 316B. Vuela de  “spotter”, o sea  los ojos del mítico Crucero General Belgrano.

Fajre vuela a baja altura. Se dirige hacia la isla Reparo, luego a Gardiner y cruza el islote Dos Hermanos. Más allá, en el islote Snipe, descubre a la lancha rápida Indómita de la Armada Argentina, que está oculta tras una generosa red de camuflaje que la mantiene fuera de la vista de ojos intrusos. Incluso a él, que conoce su posición, le cuesta visualizar la lancha misilera. El cabo principal Rubén Cirillo,  que vuela en el Alouette en calidad de mecánico, tampoco logra verla con claridad. El camuflaje es efectivo.

Fajre recibe una nueva orden dede el Belgrano: dirigirse a la isla argentina Gable, separada de la isla chilena Navarino por el Paso McKinlay. Va en rumbo y, cuando dirige su mirada hacia el este observa cuatro lanchas torpederas chilenas que van rodeando la costa, en fila india, en dirección hacia el Crucero General Belgrano que aún desconoce la aproximación de las mismas. Fajre informa por radio al crucero y una voz le ordena qué hacer con una sola palabra: “Intercéptelas”.

El Alouette inicia un vuelo táctico de combate. Primero las sobrevuela a baja altura y luego se sitúa detrás de ellas. Los navíos chilenos mantienen su curso navegando en columna directo al islote Snipe, que se encuentra a doce kilómetros de distancia, donde en 1958 hubo un incidente de gravedad entre Argentina y Chile. Las cuatro lanchas torpederas chilenas, al cruzar el islote Snipe, frente a la isla Navarino, cambian su rumbo a la izquierda y se dirigen hacia el Crucero Belgrano. La lancha rápida Indómita, recibe el alerta de combate desde el  General Belgrano y rápidamente se apresta al combate. 

Fajre recibe otra llamada desde el Crucero Belgrano que lo alerta sobre otro posible peligro inminente: un helicóptero Bell Jet Ranger perteneciente a la Aviación Naval chilena se aproxima al crucero con clara intención de simular (?) un ataque, pueden operar en combate provistos de torpedos.

El piloto argentino no duda en romper su vuelo e iniciar la persecución sobre el helicóptero naval chileno. El helicóptero Bell Jet Ranger de color gris vuela a 20 metros de altura y se dirige hacia la popa del Crucero Belgrano. Fajre se propone interceptarlo. Pilotea a máxima velocidad, apenas sobre los árboles. Pretende ocultar al Alouette, pintado en verde y marrón, entre la vegetación.

Se aproxima al helicóptero chileno y lo sorprende con una pasada por delante con riesgo de colisión que obliga al piloto naval trasandino a evadir al Alouette. El argentino aprovecha esos segundos de conmoción y vuelve sobre el Bell Jet Ranger que realiza maniobras evasivas. Esta vez, ensaya una arriesgada maniobra: vuela de frente hacia su contrincante, a la misma altura y con rumbo de colisión. El helicóptero trasandino lo imita, los dos pilotos sostienen sus comandos, el juego de la gallinita, quién sienta miedo se desviará, y si los dos pilotos tienen bien puestos sus atributos todo terminará en una bola de fuego, peligroso juego. Pero a último momento, ante la inminente tragedia, el chileno rompe su trayectoria.

Fajre cruza sobre el espacio ausente que ha dejado su contrincante y, de inmediato, realiza un violento giro para continuar la persecución. El cabo Cirillo, a bordo, se encuentra exultante por las acciones. Fajre acorta distancia con el helicóptero chileno y lo observa mientras se aleja del crucero. Luego informa al crucero que no porta armamento y que se aleja hacia su territorio.

Otro Bell Jet Ranger chileno que vuela a 180 metros de altura con rumbo al crucero. Esta vez Fajre no espera para sorprenderlo y, como hace instantes, se muestra de frente y vuela hacia el Bell Jet Ranger con rumbo de colisión, a su misma altura. otra vez, si ninguno de los dos helicópteros rompe su línea de vuelo, chocarán en el aire, se destruirán las dos naves y morirán todos sus tripulantes.

Fajre recordará ese momento con la tranquilidad y parsimonia de un experimentado piloto: “El cabo principal Rubén Cirillo,  observaba la escena atento a mis indicaciones. Me aproximé desde 900 metros de frente al otro helicóptero achicando distancias, 800, 700, 600, 500, 400, 300 metros... y no le iba a aflojar nunca. Cien metros antes de una colisión segura, el Bell Jet Ranger rompió su línea de vuelo y viró hacia la derecha con rumbo sur. Yo realicé un viraje cerrado y comencé a perseguirlo”.

Una vez más Fajre le tira su helicóptero al piloto chileno que maniobra para evadirlo. Desde la lancha rápida Indómita observan lo que ocurre en el aire. Su 2° comandante toma su cámara fotográfica personal, enfoca la acción y retrata el momento en que el Alouette vuela a cuarenta metros de distancia al helicóptero chileno, obligándolo a retirarse hacia sus aguas.

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El Teniente Fortini, sexto desde la izquierda, frente a un avión Tracker, junto con otros oficiales de la Armada y personal de la Armada de Uruguay

Participando del Día de las Glorias Navales Chilenas

La inteligencia argentina sabe que un  submarino chileno hará paso por por las aguas del Beagle. Esa información llegó a la Escuadrilla Aeronaval Antisubmarina que operaba aviones Grumman S-2E Tracker. Estos aviones son verdaderos laboratorios en vuelo que se especializan, analizando los sonidos, firma magnética, emisiones electromagnéticas y otras variables en el ambiente, para detectar submarinos, y el medio más efectivo para detectar un submarino sumergido es el sonido.

El gran problema en Argentina es que, con una capacidad nueva, no había una verdadera “biblioteca acústica”, esta se conforma de los sonidos particulares de cada submarino, pudiendo identificarlos, inclusive individualizarlos como si se tratara de su huella digital. Y, justamente, en ese año 1981, el Teniente de Navío Enrique “Quique” Fortini, como oficial de operaciones de la Escuadrilla Aeronaval Antisubmarina, tenía como principal problema el grabar la firma acústica de los submarinos chilenos.

La escuadrilla diseñó, muy rápidamente, un particular invento, que se dio por llamar el mini-SOSUS. SOSUS es un sistema de vigilancia subaqua muy avanzado basado en sonares en el lecho marino, operado por la Armada de los Estados Unidos. más humildemente, en una sonoboya (una sonoboya es, básicamente, un sonar pequeño que se contiene en una boya) a la que se había adosado una vieja batería obtenida de un automóvil Fiat 600, y se sembraba atándose su línea de hidrófonos (los micrófonos que escuchan bajo el agua) a los cachiyuyos. Una fiel expresión del ingenio criollo al servicio de la guerra antisubmarina.

La particular invención se dejó, mediante una lancha, en un lugar estratégico y se hizo aterrizar, en horas de la noche, a un avión Tracker en el aeropuerto de la Base Aeronaval Ushuaia, el que prontamente se escondió en el hangar. En el techo del hangar se había improvisado una antena, que permitía monitorear la boya desde mayor distancia, mientras un grupo electrógeno alimentaba el equipo analizador de sonoboyas AN/AQA-4A del avión.

Esto era un cambio radical a lo que todas las armadas del mundo hacían.  Pero, ciertamente, el invento finalmente dio sus frutos y la firma acústica del submarino chileno fue grabada. Tan sigilosamente como había llegado, el avión Tracker despegó y volvió a su asiento natural en la Base Aeronaval Comandante Espora (cerca de Bahía Blanca). Parecía que nadie se había enterado de nada. Sin embargo, pocos días después, un comando chileno desembarcó de un gomón en la playa argentina donde había quedado la boya, hurtándola. El Teniente Fortini estaba furioso. ¿Cómo podía ser que les robaran al “mini”, bajo sus propias narices? ¡Quería venganza!

Y esta llegaría. Y lo haría el “Día de las Glorias Navales” de Chile, el 21 de mayo. Uno de los días más importantes para la Armada de Chile, le abollaría el orgullo de tal forma a los chilenos que jamás se olvidarían. Finalmente un vuelo de entrenamiento de rutina de avión Tracker (que había despegado desde Ushuaia) tenía como comandante al Teniente de Navío Fortini. Su plan... simple, la venganza... perfecta. Convertiría un vuelo anodino sobre el Beagle en algo que nadie podría olvidar.

“Quique” no era extraño a esas zonas, sino un gran conocedor y, además, muy popular por esas latitudes, volando poco antes de estos eventos los aviones DC-3 de transporte de la Armada Argentina.  Los piscos sour y los pichuchos (Cinzano con pisco) que nos tomamos con los oficiales de la Armada de Chile son incontables, y a la mañana siguiente cargábamos pasajeros, correo, víveres y despegábamos muy observados por su Fuerza Aérea, recordaba.

El comandante rápidamente convenció al copiloto y poco después, el bimotor, con su orgullosa bandera celeste y blanca en el empenaje, saltaba desde el sur los “dientes de Navarino” y, deslizándose por la ladera norte, pasaba a escasos diez metros de la formación chilena que se estaba llevando a cabo en la Plaza de Armas de la Base Naval de Puerto Williams y hacía un escape a baja altura sobre la pista Guardiamarina Zañartu. Mientras pasaba por arriba de los azorados marinos chilenos, el avión argentino movía las alas, en señal de cortesía pero también diciendo “yo se que ustedes se robaron al mini…”

El “saludo”, por supuesto, no pasó desapercibido. La retribución de gentilezas (pasado el desconcierto inicial) incluyó algunos insultos al aire y varios disparos mal apuntados con una pieza de artillería antiaérea Oerlikon doble que estaba al lado de la torre de control y de un cañón Bofors L60, ubicado en la pendiente que lleva hasta Punta Gusano. y no conformes con esto, los trasandinos poco después, el día 26, hicieron llegar a la embajada argentina en Santiago una esquela un poco más formal, en protesta de lo sucedido.

1982

 La verdad que relatar estos incidentes, quizás llenarían un gran libro que espero que algún día se escriba, son muchas y de gran riqueza, no deberían perderse y recopilarlas a todas.

Todos estos hombres del aire, que no dejaron nunca de demostrar intrepidez en esa época, demostraron una gran valentía en las acciones llevadas a cabo en la guerra por Malvinas. Vaya a todos ellos mi agradecimiento, pero sobre todo, toda mi admiración.

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